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A quienes un poema no los protege

Análisis del poemario del escritor guatemalteco Diego Fernando Ochoa

Libro digital disponible en: A quienes un poema no los protege

Dos preguntas surgen al leer el título que Diego Ochoa le asignó a su poemario acreedor del Premio Mandrágora de Poesía en 2019. A quienes un poema no los protege ¿Protegerlos de qué? y ¿Quiénes son aquellos a quienes un poema no los protege?

A pesar de que en uno de los poemas se indica directamente quiénes son aquellos que quedan desprotegidos por un poema, en mi opinión, la respuesta se va construyendo a lo largo de todo el poemario.

Una de las primeras ideas que yo quisiera subrayar, aunque quizás no era la que tenía en mente el poeta cuando escribió este título, pero que es recurrente a lo largo de esta obra es la falta de honestidad del mundo. ¿Es capaz la poesía de protegernos de la falta de honestidad del mundo?

Los poemas de Diego son sumamente honestos. Al conocerlo personalmente puedo afirmar que se percibe una profunda honestidad al leer su poesía. Sus convicciones, sus opiniones, su forma de ver el mundo están plasmados con mucha autenticidad en sus textos. Las palabras que selecciona no son ajenas a su vocabulario cotidiano, no usa palabras ni frases pretenciosas ni rebuscadas, sino son sus propias palabras, las que forman parte de su vocabulario cotidiano, pero seleccionadas y ordenadas de una forma tan reflexiva y artesanal, si se me permite el adjetivo, que crean imágenes muy potentes.

La honestidad es un valor fundamental para Diego y lo vemos en versos que hablan de sus lecturas de infancia y de cómo él considera que aquellas lecturas eran mucho más honestas que las letras que ahora le entrega al mundo. Nos habla también de que una crítica cruda y despiadada quizás sea la más honesta que le han dado a su poesía. Y más adelante expresará también la frustración de no poder alcanzar la completa honestidad por medio de la palabra, quizás por no lograr expresar la inmensa complejidad de la realidad a través de la palabra y leeremos versos como:

Antes de enterrar mis costillas

seguiré escribiendo mentiras

Suplico que me reciban

para poder aceptar las mentiras

de quienes escriben después de mí.

Hacia el final del poemario encontramos un poema que se titula Verdad vacía en el que se enuncia una idea, también recurrente en el poemario, «la palabra como veneno». No es el único poema en el que se habla de la palabra como veneno y como mentira que quizás para el poeta veneno y mentira sean una misma cosa. Cito aquí dos versos del poema La literatura ha devorado mi lenguaje en el que se repite la idea del poema Pequeños cuadernos de cómo las lecturas nos hacen conocer el mundo, pero nos restan inocencia y autenticidad. Los versos dicen:

El veneno de la primera palabra alcanzó nuestras bocas y ojos

La sangre de la segunda palabra nos condenó a repetir mentiras

Cabrá preguntarse en este punto por qué la palabra es un veneno. ¿Acaso porque no es honesta? ¿O porque es capaz de crear un mundo de ilusión, un mundo que en nada se parece a la terrible realidad?

La realidad tiene aspectos terribles y Diego los retrata en su poesía. Nos habla del monstruo del hambre, compadeciéndose de quienes la padecen, pero no en el mal comprendido sentido de la compasión que es «sentir lástima», sino atendiendo al verdadero significado de la compasión que es padecer con el otro que es sentir su dolor, ser el otro a través de las palabras del poema.

Me permito citar aquí algunos versos del poema Hambre en el que el poeta se hace uno con quienes la padecen para ver el mundo desde sus ojos.

Beberé una cucharada de sus ojos

con sus manos tomaré las cenizas

con sus bocas terminaré este engaño.

El poeta entonces no solo ve el sufrimiento, sino lo vive, lo hace suyo. No es ninguna sorpresa entonces que en el poema Luego comprendo afirme que no le teme a la muerte, sino a no morir, pues no morir significa continuar siendo testigo del dolor, de la injusticia, del hambre.

Esta idea del temor a la inmortalidad y la inmortalidad como un castigo que es recurrente en autores como Borges, es abordada por Diego en un sentido muy distinto al del autor argentino. Borges le temía a la inmortalidad porque ella significaba enfrentarse eternamente a conflictos internos, como cuestionar el sentido de la vida, encontrar un propósito, desafiar el hastío de una vida sin final, sin riesgo, sin algo que nos mueva a querer aprovecharla. A diferencia de Borges, Diego no nos habla de los conflictos internos del ser humano, sino que entiende la esencia del poeta como un ser en el mundo, como un testigo del mundo, como un vocero del mundo y por ello, su temor a la inmortalidad no se basa en la eterna lucha consigo mismo, sino en la lucha contra la impotencia de ser testigo del sufrimiento del mundo y tener tan poco por hacer.

Tan poco por hacer… quizás escribir poemas. Pero hay algunos a quienes un poema no los protege. No protege a los niños con hambre «a los niños que comen tierra con sal» o «a los que se alimentan de cielo» por usar palabras del poeta.

Los niños son también una idea recurrente en la poesía Diego y, en mi opinión, se relacionan con la honestidad. No hay seres más honestos que los niños porque ellos aún no se han corrompido con las expectativas del mundo, con el «querer ser» y con la constante imposición del mundo del «deber ser», deber ser otro para ser parte del mundo. Los niños representan la expresión más auténtica de la vida y paradójicamente son ellos quienes están más desprotegidos por esta.

Quiero citar aquí unos versos del poema Pequeños cuadernos en las que el poeta habla de sus lecturas de niño.

Esas letras despedazadas

bajo toneladas de mundo

son más sinceras que los versos

del adulto que presume hipócritas lecturas

En estos versos se subraya la idea de la autenticidad de los niños y de cómo esa autenticidad es aplastada por el peso del mundo. De acuerdo con el poeta, el mundo pesa y pesa toneladas, con todas sus imposiciones, sus exigencias, sus injusticias, su dolor, su muerte. El mundo es un «Teatro de Muertos con funciones todos los días» según el poema Agenda cultural.

Y ahora nos preguntaremos cómo puede el poeta escribir versos honestos si es parte de este mundo de imposiciones y de hipocresías. Qué tal si no fuera el poeta quien escribe, sino una urgencia más grande que él por denunciar la injusticia, gritar el dolor, maldecir la miseria. En el poema Plegaria por los redentores el poeta clama por unas gotas de tinta que calmen su sed por decir y más adelante, en último poema de esta obra, nos confiesa que las manos han actuado por voluntad propia al escribir estos versos. El poema dice:

Las manos dejaron el cuerpo

avanzaron a las hojas y solas escribieron

El poeta ha hecho lo que mejor sabe hacer para purgarse la realidad, para lavar su conciencia del dolor del mundo, ha escrito versos, aunque él sabe bien que los versos no lo redimen y tampoco busca la redención en ellos. En el poema Petición de la sangre, dice «Los últimos poetas rechazan la redención del fuego» y en el poema Hambre afirma «No creo en la redención de la palabra». Está claro entonces que el poeta no busca redención a través de su poesía, quizás solo busque deshacerse de las escenas de las que ha sido testigo y de las que ha sido partícipe a través de la empatía, pero que no le pertenecen, sino que les pertenecen a otros a quienes un poema no los protege. O quizás no persiga nada, quizás solo esté atendiendo a la ineludible responsabilidad de los poetas de escribir por aquellos que no pueden escribir, de decir por aquellos que no pueden decir, de gritar por aquellos que no pueden gritar y de plasmar en versos el mundo de aquellos a quienes un poema no los protege.

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