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Narraciones

Bitácora de una pandemia

A un año del incio, un buen momento para reflexionar y agradecer las lecciones de humildad y gratitud.

Día menos diecisiete: 25 de febrero de 2020

Ese día hablé con L y M que están en Roma. «¿Qué no sabes nada de lo que pasa en Italia?» me preguntaron. Me contaron que la enfermedad de la que se hablaba hace unas semanas que estaba solo en China había llegado a Italia. Me dijeron que en el norte de Italia había ya varios casos de personas contagiadas y que estaba comenzando a sentirse un poco de temor en toda Italia, especialmente por el turismo interno. C un chico de la India que estaba en Roma tenía problemas, porque había estado en el norte de Italia y ahora no lo dejarían volver a la escuela donde estaba haciendo un voluntariado, por precaución y para evitar algún posible contagio. También la familia que lo hospedaba tenía un poco de temor y desconfianza.

Según L y M esa actitud era incorrecta por parte de la escuela y de la familia anfitriona, pues se trataba de un chico que estaba solo y lejos de su país y que las personas que lo habían invitado a Italia debían ser un poco más sensibles y amables.

El problema es que, en Italia, el virus todavía no había contagiado tanta gente, pero el virus de la desconfianza, «el miedo del otro», como lo llamaba M, y la intolerancia, ya había comenzado… o quizás se había intensificado.

N y Lu, de Chile, se estaban hospedando donde L y M y afortunadamente todavía habían podido conocer algunos lugares, porque se hablaba de posibles cierres.

Foto de Wes Hicks en Unsplash

Día menos 7: 6 de marzo de 2020

«¿Cómo está todo en Italia con el asunto del virus?» fue el mensaje que les mandé a L y M. Inmediatamente me devolvieron la llamada. «Aquí ya no se habla de otra cosa» me dijeron. También me contaron que, en el país, habían cerrado las escuelas y la mayoría de los lugares turísticos. L ya no estaba yendo a trabajar, porque él trabaja en una escuela, así que estaban todos trabajando desde casa. M, en cambio, todavía estaba yendo a la oficina, pero la psicosis y la desconfianza de las personas en los autobuses y en el metro era extrema.

El miedo se había generalizado. La gente se sentía nerviosa, ansiosa, desconfiada, intolerante. Según M, los italianos se estaban enfrentando a la discriminación en todo el mundo, porque la gente creía que eran portadores de la enfermedad. «Eso quizás sea positivo» dijo M «Tal vez así los italianos aprendemos a discriminar menos, después de vivirlo en carne propia».

En Guatemala parecíamos aún ajenos a todo ese temor. Se hablaba de algunos casos en Estados Unidos y en México. Realmente era solo cuestión de tiempo que llegara a nosotros, pero nadie aquí se lo tomaba en serio. Más bien las bromas, los chistes y los memes al respecto proliferaban y se esparcían por todos los medios de forma «viral».

Día uno: viernes 13 de marzo de 2020

Era viernes alrededor de las 11 de la mañana. Un viernes cerca de la quincena, así que se esperaba un caos en los bancos, en el supermercado, en la calle. Sería un día de mucho tránsito y de mucho movimiento. Abrí Facebook y leí que el presidente había confirmado el primer caso de coronavirus en Guatemala. Creí que se trataba de un rumor. Ya saben, dicen que Guatemala es el país de las bolas… Fui a la página de un periódico para confirmarlo. Era cierto. Se había confirmado el primer caso. El virus había llegado a nuestro país y no recuerdo si fue ese mismo día o si fue algunos días antes o después que también se habían confirmado algunos casos en El Salvador.

V y yo habíamos quedado de reunirnos en el centro comercial para almorzar. Algo bastante inusual para nuestras costumbres, pero podíamos hacerlo una tradición de los viernes de quincena. Como era de esperarse, el food court estaba llenísimo. Pedimos una pizza y buscamos una mesa. Algunos minutos después también llegaron los compañeros de V. Las personas de la mesa de al lado hablaban del primer contagio de coronavirus, las personas de la mesa de atrás, también y después de unos minutos y de las respectivas cordialidades del saludo y las preguntas acerca del trabajo, nosotros también hablamos acerca del tema del momento.

¡Qué mal momento para tener un ataque de rinitis! pero era marzo y el clima estaba tornándose primaveral, así que ante la mirada aterrada de todos los que estaban alrededor yo comencé a estornudar sin pausa por algunos minutos.

El almuerzo se terminó. Los amigos de V regresaron a la oficina, mientras él y yo fuimos por un helado a un restaurante cercano. Lejos estábamos de imaginar que sería el último día que comeríamos en un restaurante y que podríamos ir después de almuerzo por un helado. V quizás habría preferido un café, pero ante la buena apariencia de los helados, también él se pidió uno. Nos despedimos con el helado a medio terminar. V saldría a las 5 de la oficina y vendría a casa. Yo, a las 6, iría a la biblioteca de una universidad cercana, pues era viernes 13 y era el día en el que El Club del Terror (un club de lectura) se reunía a contar relatos de miedo. Sí, mi gusto culposo son las historias de miedo. Además, uno de los que narraría las historias era un actor reconocido, por lo que imaginé que la actividad estaría entretenida.

En algún momento de la tarde, la Universidad nacional había anunciado que suspendería sus actividades presenciales por lo que restaba del mes. Así que imaginé que la expectativa y el caos estaban comenzando a fraguarse. Imaginé que ese fin de semana ocurriría lo que ocurrió en otros países y la gente se volcaría a los supermercados a abastecerse de todo lo que creía que necesitaría para la emergencia. Desafortunadamente la gente creía que necesitaba demasiado.

A las 5:30 yo iba caminando hacia la garita de la colonia para ir al Club del Terror. Había decidió ir a pie para evitar el tránsito que se auguraba para ese día. Casi al llegar a la garita encontré a V, quien estaba volviendo a casa. «Espérame. Yo te llevo» dijo V, quien siempre ha tenido el tierno vicio de protegerme. Seguí caminando hacia el centro comercial mientras V iba por el auto. Me subí al carro y pusimos el radio. A las 6:00, el presidente hablaría en cadena nacional. «Tengo muchos años de no escuchar una cadena nacional» le dije a V. Él afirmó que tampoco recordaba la última vez que había escuchado una, pues eran bastante inusuales.

El presidente comenzó a hablar y, como algo extraño, ambos nos quedamos en total silencio, realmente prestando atención a lo que diría. Tal vez el temor estaba comenzando a llegar a nosotros. La intención del presidente era calmar los ánimos, así que dijo que se trataba de un único caso, que el país estaba preparado (solo en ese momento recordé que unos días antes habían hablado de la habilitación de un hospital para el tratamiento de esta enfermedad en uno de los municipios vecinos) y que la gente no tenía nada por qué preocuparse, que incluso fueran a la playa, pasearan e hicieran su vida normal, que no había razón para temer. Imagino que eso era lo que debía decir para evitar el caos y la psicosis masiva.

Llegamos a la universidad cercana, que, a diferencia de la Universidad nacional, donde yo estudié, se veía bastante tranquila durante la jornada nocturna. Me dirigí a la biblioteca, que en el piso inferior tiene una laguna artificial. Alrededor de la laguna estaban sentadas varias personas y del otro lado, en un escenario, los narradores de las historias de terror. Había antorchas que más que alumbrar, decoraban y ambientaban el contexto tenebroso, pero la verdad es que el lugar estaba muy bien iluminado. Una mujer con un disfraz fantasmagórico se paseaba entre los asistentes para acentuar el ambiente de terror.

Yo escuchaba las historias con atención, aunque no eran tan tenebrosas como las había imaginado. Pero realmente en lo que pensaba es en que no había más terror que el que se vendría en las próximas semanas y que la realidad superaría el terror de la ficción. No estaba segura de qué ocurriría, pero sabía lo que había pasado en Italia y sabía que la intolerancia y el miedo a los demás eran los primeros síntomas de la pandemia.

Día dos: Sábado 14 de marzo

V y yo no fuimos a la playa como había aconsejado el presidente. V se fue a sus clases al conservatorio y yo me quedé en casa haciendo tareas de la U. Por la tarde, fuimos a comprar un gavetero y algunas cosas que necesitábamos para terminar de instalarnos en el nuevo apartamento. Hacía un mes nos habíamos mudado, pero aún había algunas cosas esperando por que se les asignara un sitio.

En la noche, alrededor de las 7:00, el presidente volvió a hablar en cadena nacional (la segunda de una serie que se prolongaría por varias semanas). A diferencia de lo que había dicho el día anterior. Ese día motivó a la gente a quedarse en su casa y a no salir a menos que fuera necesario. Creo que anunció más casos de contagio. El presidente volvió a invitar a la calma, pero ese día, la gente comenzó a asustarse.

Día tres: Domingo 15 de marzo de 2020

Fue día de supermercado. Como era de esperarse, la gente había abarrotado los lugares de compras y había arrasado con todo. En el supermercado había rótulos diciendo que se restringía la compra masiva de algunos artículos de primera necesidad. No obstante, había góndolas vacías. El supermercado era un caos de gente con carretas llenas de alimentos no perecederos, paquetes de agua, dotaciones de cerveza y, sobre todo, papel higiénico.

Foto de Mick Haupt en Unsplash

V y yo hicimos las compras habituales y por un momento dudamos si éramos nosotros los que estábamos pecando de ingenuos al no comprar más cosas y prepararnos para la crisis o si era toda esa gente la que estaba equivocada al comprar arrebatadamente. Por si acaso, compramos algunas cosas extra para la despensa y algunas latas de atún. Además, sacamos un poco de dinero en efectivo, por si la crisis. Sí, nosotros también pusimos nuestro granito de arena para el caos.

Honestamente no recuerdo si ese día fuimos o no a ver a mis papás o a ver a la mamá de V. Si así fue, sería la última vez que los veríamos en alrededor de seis meses. Lo que sí recuerdo con claridad es que por la tarde anunciaron que habría otra cadena nacional, así que a las 8:00 estábamos atentos al canal de gobierno. No fuimos los únicos. Todo el país estaba esperando el mensaje presidencial con un interés quizás nunca antes visto.

El presidente anunció que no había casos nuevos, pero que, como medida preventiva, se suspendían las actividades escolares y se aconsejaba que en todos lados se tomaran medidas de precaución y distancia social.

Día cuatro: Lunes 16 de marzo de 2020

Este día fue, por demás, extraño. Nos levantamos a la hora habitual, pero V no iría a la oficina. Al menos, no desde temprano. Desayunamos y el tema de conversación, por supuesto, fue lo que sucedería en los próximos días. Sabíamos que no veríamos a nuestros padres en los próximos días y que algunas de nuestras actividades habituales como el supermercado de la semana, serían distintas y seguramente complicadas.

Alrededor de las 10:00 a. m. acompañé a V a la oficina. Fue a traer su computadora y todo el material necesario para hacer su trabajo desde casa. Al pasar por el supermercado y por el banco pudimos observar las largas filas de personas y de automóviles. Sí, el caos estaba en el aire.

Para mí no cambió nada, la verdad. Desde hacía 5 años estaba trabajando desde casa y rara vez salía o iba a la oficina. Sin embargo, me impresionó cuando alrededor de las 6:00 de la tarde de ese día recibí un correo de mi jefe diciendo que la empresa estaría cerrada a partir del día siguiente. En mi mente se quedó grabada la frase del asunto del correo: «Empresa cerrada».

El correo decía que la intención de la empresa no era causar alarma, pero que seguramente la situación empeoraría en los próximos días y nos aconsejaban estar atentos a la nueva cadena nacional que se había anunciado para las 8:00 de la noche. No había necesidad de recomendarlo, a las 8 menos cinco ya estábamos todos en sintonía de los canales de radio y televisión del gobierno para escuchar las nuevas instrucciones.

El presidente comenzó a hablar y a medida que iba anunciando las medidas de prevención para las próximas semanas, yo sentía cómo un escalofrío comenzaba a subirme por la espalda. La «pesadilla» y la «película de terror» de las que me habían hablado los italianos y de las que se hablaba en el mundo entero, había llegado a nuestra ciudad. Las medidas incluían la suspensión de labores, el cierre de escuelas y colegios, el cierre de centros comerciales, el cierre de restaurantes, la suspensión de los servicios de transporte: todo estaría cerrado por 21 días.

Yo no lo podía creer. En toda mi vida nunca había visto una situación tan extrema que obligara a suspender el transporte y cerrar los centros comerciales. No imaginaba cómo serían las siguientes semanas. No imaginaba qué nos esperaban los próximos días, pero sentía miedo e incertidumbre. Realmente se sentía como el guion de una película apocalíptica.

Foto de Adam Niesciourk en Unsplash

Día cinco: Martes 17 de marzo

El home office comenzó para la mayoría. V estaría en casa y en parte eso me alegraba, porque estaríamos más tiempo juntos y porque podríamos organizar nuestra jornada de otra manera. Desayunaríamos sin prisa y tal vez hasta podríamos comenzar una rutina de ejercicios en la mañana (sería la enésima vez que lo intentaríamos).

Para mí, como he dicho, no cambiaba mucho, pues estaba ya acostumbrada a estar en casa y a trabajar desde casa. Sin embargo, eran días extraños y era difícil no querer consultar las noticias y las redes sociales con frecuencia para saber qué estaba ocurriendo y para asegurarnos de no perdernos de nada.

El mensaje #QuédateEnCasa estaba en todos lados. Incluso en mi teléfono celular. No solo en Guatemala nos quedábamos en casa. Los canales de televisión mostraban anuncios de Colombia, Perú y Ecuador con el mismo mensaje y con la recomendación de lavarnos constantemente las manos.

Día ocho: Viernes 20 de marzo

Los días anteriores fueron días de acomodarnos a una nueva rutina. Los comercios habían reducido sus horarios de atención. En la mayoría de lugares, se veía gente usando mascarillas y algunos, incluso, guantes. El tema de conversación en todos los grupos de WhatsApp y los muros de Facebook era el virus, el trabajo en casa, la economía.

Yo recuerdo haberme entristecido mucho un día al ver la imagen de un hombre anciano que vendía helados y que debido al confinamiento en casa se quedaría sin empleo y sin ingresos. Se me partió el corazón de pensar en él y en cientos de personas que como él vivían del comercio informal y a quienes el confinamiento los dejaría sin ningún ingreso. No podía dejar de pensar en lo privilegiada que era yo al contar con mi empleo y mis ingresos y no podía dejar de dolerme que no todos tuviéramos esas mismas oportunidades. Impotencia. Ese fue mi sentimiento al saber que no había mucho que yo pudiera hacer, que quizás podría ayudar a algunas personas que tenía cerca, pero mi rango de acción era muy limitado.

Día nueve: Sábado 21 de marzo

Habían anunciado que los supermercados estarían abiertos únicamente mediodía. Así que nos levantamos temprano y sin desayunar nos dirigimos a hacer las compras de la semana. La actividad que normalmente nos habría tomado menos de una hora y habría sido divertida (pues a V y a mí nos gustaba hacer chistes y bailar con la música del supermercado), fue una experiencia angustiosa que duró más de dos horas.

La fila de vehículos fuera del supermercado era impresionante. Nosotros quizás ocupábamos el puesto 6 en la fila de automóviles fuera del estacionamiento (que fácilmente albergaba 100 vehículos). Detrás de nosotros, la fila continuaba alargándose.

Ante la entrada peatonal también se agrupaba un buen número de gente esperando pacientemente para entrar. ¿Cuánto tiempo le duraría a la gente la paciencia? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la apremiante situación económica obligara a la gente a saquear un supermercado?

Nuevamente, me angustiaba la gente que no tenía el privilegio que nosotros gozábamos de ir el fin de semana al supermercado y comprar todo lo que necesitábamos. ¿Y los padres que necesitaban llevar comida a sus hijos y que no lograban reunir el dinero antes de mediodía que cerraran los supermercados? La desesperación y la impotencia yo solo podía imaginarlas, pero la sola imaginación me angustiaba muchísimo.

Al entrar al supermercado, la escena era surreal. Todos, clientes y empleados, llevaban mascarillas. Los altoparlantes del recinto invitaban, cada 5 minutos a darse prisa con las compras, para que quienes estaban afuera pudieran entrar. La cantidad de personas que podían entrar al supermercado estaba limitada, por lo que solo yo pude entrar a hacer las compras, mientras V esperaba en el auto. Las próximas semanas nos estaríamos turnando: un día entraba él y otro día entraba yo por las compras.

La psicosis de la gente era evidente. Nadie quería estar cerca de otra persona. Todos estaban como molestos e irritables.

Al llegar a casa, la psicosis continuaba: había que cambiarse completamente la ropa, bañarse, lavar y desinfectar todo lo que habíamos comprado, incluso las cajas de leche y las bolsas de granos (que por cierto, estaban restringidos a una cantidad limitada de compra).

Día diez: Domingo 22 de marzo

El presidente estuvo saliendo en cadena nacional durante toda la semana. Cada día anunciaba si había nuevos contagios o si había fallecido algún paciente. Los contagios avanzaban lentamente y eso planteaba un panorama esperanzador. Sin embargo, en el mensaje presidencial del domingo se anunció una medida que hasta ese momento solo había sido un rumor tenebroso: a partir del día siguiente se establecía un toque de queda desde las 16:00 horas hasta las 4:00 del día siguiente.

Quizás se deba a los nefastos gobiernos militares que tanto daño hicieron en Latinoamérica, pero cuando escuchamos un término asociado a la milicia, el temor y la angustia nos invaden. Yo nunca había vivido un toque de queda y pensar que términos militares se estaban inmiscuyendo en asuntos civiles me hacía pensar que la situación se estaba agravando. El toque de queda, para mí, estaba asociado al terror y no podía evitar sentirme en una situación de guerra. Estábamos peleando contra algo invisible: el virus; pero también contra las posibles violaciones a los derechos y las libertades que podrían ocurrir bajo el velo alcahuete de un toque de queda o un estado de calamidad.

La próxima semana comenzaría con más miedo y más incertidumbre que la anterior.

Foto de Edwin Hooper en Unsplash

2 respuestas en “Bitácora de una pandemia”

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